En muchas oportunidades un gesto, una acción o una conducta involucran algo que no se ha dicho o hecho. ¿Entonces qué es lo que queremos expresar cuando decidimos hacernos un tatuaje?
¿Para dónde apuntamos cuando nos queremos tatuar?
Ya hemos comentado un poco acerca del origen y las diversas vertientes de donde se supone provienen los tatuajes. Hemos comentado al respecto que la mayoría de las veces indicaban por ejemplo qué tipo de función tenía esa persona en la sociedad.
Cuánto más linaje más importantes eran los diseños realizados y hasta llegaban a definir descripciones de algún antepasado, lugar de origen, batallas peleadas, etc.
Dar cuenta del amor profesado por las cosas es una particular importancia que no puede dejar de mencionarse. Por ejemplo el hecho de que los marinos en un antiguo 1700 grababan sus nombres de sus barcos, era una manera de saber a qué nave pertenecían y a que flotan le debían su honor en tantas batallas navales. Más tarde se hicieron dibujos de lugares donde habían estado y afectos que habían dejado (el nombre de su amada, la bandera de su patria, alguna misión que habían adoptado, etc.).
La gran pregunta es ¿cuál sería la correlación con los tiempos que vivimos?
Una posible respuesta que hable de generalidades y no de un caso en particular describiría: la búsqueda constante de esa identidad juvenil que a muchos se les hace tan esquiva.
Tal vez el culto a la imagen, el consumismo, la transgresión. Son todos temas totalmente válidos que dan para hablar de manera aislada de cada uno, pues en cada uno se esconden aristas y versiones verdaderamente interesantes.
Aún más difícil de definir la tendencia al tatuaje, es definir qué es ser joven hoy. Para ello son necesarios una serie de requisitos, entre ellos el declarar el fin de la infancia.
El tatuaje lo confirma, “de niño no podía hacerlo, hoy que no lo soy lo hago”, ganó esta pulseada con los padres de la infancia. O sea, al igual que en la antigüedad el tatuaje otorga un sentido de identidad, (qué función cumple esa persona en la sociedad).
El término autoafirmación surge de las propias inseguridades del adolescente y se relaciona a lo ya descrito.
El culto de la imagen, aunque no traspolable a la antigüedad, también se relaciona con la noción de pertenencia que alude a esa expresión visual que convertimos en arte. Hoy se encuentra potenciada por la gran mesa de medios de comunicación y redes sociales que nos envuelve en una constante atmósfera digital de interacción continua auspiciada por supuesto por la T.V, cine, afiches, videoclips, pantallas computadoras; en definitiva el diseño gráfico que es sin duda la base para la creación progresiva de magistrales obras de arte que sobrepasan a veces el ingenio humano.
En el consumismo.
Tal como el proverbio consumista de la sociedad: consumo, luego existo”; el tatuaje es un bien de mercado y le caben las generales de la ley ¡Hágalo ya!, ¡tatúese que el mundo se acaba mañana! Existen tatuajes más caros, más glamorosos, más exóticos, en fin toda la escala de valores del consumismo.
Por último la trasgresión y el cruce del límite a la sensación de violencia es el mecanismo mediante el cual el adolescente intenta provocar el “horror” de los adultos, generando inquietud y molestias. Frente a ellos tatúa el triunfo de sus batallas al igual que en la antigüedad.
Un tatuaje fácilmente puede ser esa parte que conforma un conjunto de valores que generan confianza y siempre apoyarás las cosas en las que crees. Siempre buscarás persuadir tu propia confianza con atributos que la hagan más sólida y